Debemos relativizar todos los axiomas que nos han impuesto. Especialmente los del código de conducta para ser un buen gastrónomo moderno. Siempre que uno disiente del sentir general, se encuentra desplazado de alguna forma. Tener una opinión disonante cuando ha mediado una reflexión no es malo; al contrario, es humano. Naturalmente humano pero te traerá una serie de miradas maniqueas de aquellos que probablemente ni siquiera hayan visto más allá. Lo que en el fondo nos molesta es el descrédito por los seguidores del código que estimamos. No nos olvidemos que el sentido de pertenencia a un colectivo imaginario nos aporta una falsa ilusión de reconocimiento, no basada en un crédito personal, y una fuerza cohesiva que puede suplir carencias personales que solo nosotros conocemos.
Hay que darse cuenta que determinados dogmas de fe son inaplicables en ciertos lugares. El que me parece más flagrante es el de la cocina de proximidad. Si no es de km cero, no me gusta. El paradigma de la corriente que cuenta que todo lo que es bueno para nosotros florece en un radio de 200 metros a la redonda.
-¿Y si has nacido en el desierto?
– Pero yo no he nacido en el desierto.
Todo lo que al reducirlo al absurdo se quede desvalido en pijama, es mejor relativizarlo que asumirlo como criterio propio. Hay que revisar los cánones de la modernidad porque a veces están impuestos con único fundamento, el comercial. Saber ponderar entre el empuje del sentido de pertenencia y lo que te puede aportar el camino por tu cuenta, la realización individual, o simplemente no pensar que los agricultores en Galicia ansían el huitlacoche con las mismas ganas que los de Toluca.
Calçots en Koya Bar. Londres, febrero de 2016.