Escucho el mantra religioso de un microondas con una sola idea en la cabeza: ¿por qué los romanos no utilizaban el cero en su aritmética? No estoy convencido de que el sistema posicional fuese mejor que el aditivo. Pienso que no dar el salto evolutivo en la matemática, no significa que no se pueda llegar a cotas sublimes de expresión social. Me gustan los romanos.
Si me oyese Hipaso de Metaponto, me hablaría de la Santa Tetraktys donde: el uno representa la divinidad, el dos es la dualidad masculino-femenina, el tres son los niveles de este mundo y con el cuatro aprehendemos la multiplicidad del universo material a través de los elementos: tierra, aire, fuego y agua. La suma conforma el delta luminoso que es el número 10. Este tiende a la totalidad. Y en esa inmensidad decimal se encuentra el dichoso cero, la nada, el vacío. Hipaso no era romano.
En este grado de incomprensión, bostezo y pienso en lo que nos han aportado las culturas que utilizaban el cero. Los precolombinos consiguieron acercarse con precisión a la desviación entre el año solar y el ritual. Eso es muy loable pero no suficiente. Me imagino que todo esto importa poco si nos fijamos en el Machu Picchu. Puede que esa obra maestra de la ingeniería sea suficiente.
Soy capaz de transmutar mis vagos pensamientos gracias a simples mimofonías de un GHz con la tranquilidad cósmica que me otorga el saber que el cero es un número par. Ahora en mi cabeza resuena una frase: «¿Cómo?, ¿andas buscando?, ¿te gustaría decuplicarte, centuplicarte?, ¿andas buscando adeptos? – ¡Busca ceros!»
Big Mac de McDonald’s en septiembre de 2016 y la frase de F. Nietzsche en el libro «El crepúsculo de los ídolos».