¡El amarillo pajizo no transmite el tono chillón que tienes en la cabeza! Esa frase me ronda cuando escojo una palabra manida. Corro el riesgo de ofrecer a la otra parte un significado descolorido. Infinidad de pensamientos se quedan en nuestras neuronas a la espera de que sean descifrados por los que nos rodean. Sin éxito oral aparente, cuando escribirmos también damos por hecho que el lector nos acompaña de la mano.
A esto ha que sumarle la sobreabundancia informativa que obliga a utilizar palabras grandilocuentes para llamar la atención. Los dichosos impactos. Muchos significados han perdido su sentido primigenio por su excesiva utilización y ahora acudimos desvalidos a otras acepciones para expresar lo que ya no podemos expresar. Son colores intensos para la tibieza.
Ahora leo receloso los adjetivos que acompañan a ciertos platos en críticas gastronómicas o las notas de cata de ciertos vinos. Cuando has bautizado a una añada como excelente en el año que fue difícil, has vaciado de contenido a excelente. Luego pasas a magnífica y por último a excelsa. Es mejor que la califiques de fantástica. En la fantasía cabe todo.
Para mí, rebuscar entre las palabras es síntoma de fatiga expresiva y conformarse con palabras trilladas es de pobres de espíritu. Por eso muchas veces opto por el silencio.
Alba Sobre Tabla 2014 en Tapas 3.0. En Salamanca, septiembre de 2016.