Exponerse te lleva a una posición de no retorno. Eso parece lo interesante de la vida cuando no la vemos como una partida de ajedrez. Me aconsejan con cariño que manifestar emociones me sobreexpone y así seré más débil. Por lo que no tengo que dejar que eso pase. No puedo evitarlo, soy un tipo impulsivo. Si esos consejos parten de un miedo a la actuación de mala fe de un tercero, la desconfianza se engendra por traiciones pretéritas. No hay más. La falta de información empeora este teatro sin guión. Al alejarnos de las conversaciones de ascensor, afrontamos la vida como una bonita actuación. Una de esas que nos hacen olvidar la identidad de los actores.
Exposición:
(1) Me encanta la tortilla de patatas. ¡Santa Tortilla!
(2) Si tengo la opción de tomar tortilla de patatas como manda el canon, no escojo otra cosa.
(2′) El canon patatónico o tortillesco reza que la tortilla de patatas (con o sin cebolla, lo que es opcional) deberá de: estar hecha con una variedad de patata destinada a la fritura (Kennebec, por ejemplo), poseer la cantidad proporcional no muy batida de huevo, llegar a una confitura adecuada de las patatas y conseguir a un cuajado final óptimo.
(3) Ante la gran oferta de tortillas, muy pocas veces encuentro lo que busco.
(4) Casi nunca como tortilla de patatas.
Conclusión: Entre el punto 2 y 3, el canon es obviado por todos.
Metaconclusión: No debería de decir que me encanta algo para luego darme contra la pared.
Yo, que he conculcado mil veces la máxima del hermetismo imperante, me encuentro en zugzwang; pero aun así, moveré mi torre.
Tortilla de patatas en Bodegas La Ardosa. En Madrid, octubre de 2016.