Siempre vamos a perder ese 25,9%. Hay algo que nos va a impedir llenar todo el vacío porque al apilar esferas de manera piramidal en un recipiente euclidiano tridimensional solo podemos llegar a una densidad máxima. Hay que asumir que habrá huecos y solo cuando hayamos interiorizado este punto de partida, estaremos en condiciones de afrontar la realidad.
Muchos se han saltado este paso porque quieren obviar los intersticios vitales. La palabra intersticio es difícil de pronunciar. Otros niegan esos huecos por los que se cuela la pericia. Estos desean que la realidad sea un juego donde las piezas encajan con un determinado orden preestablecido. Los juegos son para los niños.
Para que no hubiese huecos tendríamos que teselar el plano. Como no somos cristalógrafos, nos dedicamos a arrugar las camisas para que quepan en la maleta y listo. Aun así sigue habiendo huecos donde caben esos calcetines extra que no usaremos. Llegamos a los restaurantes con ínfulas exigiéndoles una experiencia total que nos llene nuestro vacío existencial. Eso es otra forma de teselar mal el plano.
Sabemos que deberíamos llenar cada una de nuestras celdas mentales de dodecaedros regulares para reducir el vacío o que deberíamos resolver la conjetura de Kepler para poder meter más buñuelos en esa caja tan pequeña.
Buñuelos de viento de Embassy. En Madrid, octubre de 2016.