No me veía con fuerzas para atisbar las diferencias entre el filtro Juno y el Amaro. Tengo claro que los dos aumentan la saturación, pero no estoy seguro de que el último me traslade a un tiempo pretérito algo más ocre. Aunque para mí casi todo lo anterior pardea. Ambos te tergiversaban lo percibido diciéndote como podía ser aquella nitidez en otras circunstancias. Hay unos que afean con lamparones de nostalgia y otros ocultan tu incapacidad de captar la luz. Todos son capas encima de una realidad mediocre con el objetivo de hacer más llevadera la espera.
El enmascaramiento con el fin de confundir al consumidor tan común en el recetario patrio mal ejecutado. Esa cocina con una sobre-condimentación innecesaria para llegar a unas cotas de intensidad de sabor alejadas de la verdadera naturaleza de la materia prima. Descifrar los ingredientes resulta hercúleo cuando las características individuales de los condimentos se anulan entre sí. Platos que ofrecen una amalgama desconocida de sabores. Todos estos estropicios culinarios siguen campando libres con legiones de fieles incondicionales.
Otros cuando buscamos autenticidad en una cocina, buscamos pureza. La pureza se consigue mediante la ausencia de filtros. Resaltar lo natural es aislarlo. No emperifollamos para agradar. Siempre pienso que sería terrorífico despertarse entre sábanas blancas al lado una mujer perfectamente maquillada. Sombra de ojos para dar la bienvenida al nuevo día es ocultar la sinceridad de las legañas a sabiendas.
Caballa ahumada en Bodega 1900. En Barcelona, febrero de 2017.