Hoy me fijo como objetivo imitar el comportamiento del estornino. Ser parte de esas bandadas que forman coreografías perfectas migrando hacia al sur. Son más de 3.000 aves y todas bailan al unísono. Cada una de ellas copia los movimientos de las seis más próximas. No hay director de orquesta ni referentes más allá de esos seis.
Creo que lo único que necesito es fijarme en seis personas cercanas. Aquellas que se han mantenido conmigo en mi proceso migratorio. Un proceso migratorio endógeno que ha ido eliminando referentes preexistentes. Esos referentes antagónicos estaban fuera del circulo de los seis estorninos. Aunque alguno continua volando, el peso de la gravedad será más fuerte que sus alas y este se impondrá a base de calibrar expectativas con realidades. Esa transformación conlleva tener una personalidad cambiante, incluso inexplicable.
Esos seis que te guían a su vez se fijan en ti. Todo tiene un poso autorreferencial-narcisista. Quizás por eso nos cueste tanto: aceptar el rechazo, emanciparnos y llegar a ser nuestra propia brújula. El rechazo de alguien de la bandada es un rechazo implícito a nosotros y a algo que compartimos con esos seis. La utópica indiferencia de las influencias del grupo es un anhelo inalcanzable pero la opción de diferir siempre ha estado allí.
El proceso de pasar de pájaros aturdidos a estorninos coordinados se torna difícil. Habrá que renunciar a los ídolos de masas y enaltecer lo próximo porque eso próximo configura quienes somos. Solo entonces estaremos en posición de valorar aquello que siempre ha estado ahí.
Sin falsos directores de orquesta, migremos al sur porque allí es donde podremos alimentar a nuestros polluelos.
Fabada de mi madre. En Burgos, un 27 marzo de 2013.