Muchas historias se quedan en la páginas de libros porque pasan desapercibidas mientras miramos la pantalla del móvil. El maldito multi-tasking. Somos estimulados por los cuatro costados y pasamos a ser un muro de rebote. Otros se acercan más a un colador. No pasemos por alto que siempre fue preferible ser capaz de realizar varias tareas a la vez. Ahora ocurre lo mismo. Ahora y antes, el requisito imprescindible para ser certero es la forma. Es necesaria una manera rápida y eficaz. Como eso es cosa de unos pocos elegidos, no tengo muy claro si la moda es ser malabaristas de pasatiempos o hacer las veces de navaja suiza de las rutinas.
En mi caso me centro en pocas tareas. Me atraen más aquellas que requieren una atención en exclusiva. Creo en la exclusividad. Dicen que el vino es complicado y que no engancha. Los vinos ni son multi-tasking ni nunca serán atractivos para los que no se comprometan. Requieren atención y dedicación. Pensar en pocas cosas y no dejar pasar por alto detalles. No se trata de una bebida simplona para calmar la sed ni tan agresiva como para olvidar. Es como una de esas historias que pasaron desapercibidas pero merecían la pena.
Me centro en los vinos y por eso me llenan. Creo en lo que me llena prestando toda atención. Por algo será que la atención se presta y no se da. La tienes que quitar de algo a lo que se la habías dado para prestársela a un otro algo posterior. Por desgracia, no se reproduce.
Chenin Blanc sudafricana en Territoriet. En Oslo, mayo de 2017.