El dominio de la rutina es algo difícil de conseguir ya que uno se pasa la vida intentándola perfeccionar sin éxito. Es una mala compañera a la que echamos la culpa de nuestro hastío, automatismo y vacuidad. Cuando queremos enaltecerla nos referimos a ella como hábito y es solo entonces cuando nos esforzamos por interiorizarla.
Estamos aprendiendo a vivir si logramos apreciar aquellas cosas que desconocemos en nuestras pequeñas costumbres. Como quien se da cuenta a simple vista que aquellos guisantes no son los que uno acostumbra a ver. Ese verde es un verde especial. A simple vista: otra tonalidad, otro tamaño. La textura y el sabor en las antípodas de lo experimentado. Deben de ser guisantes de verdad. Es entonces cuando uno se acuerda de todos aquellos verdes, pequeños y pachuchos que habitualmente pueblan los platos y no son lo que deberían ser.
Dicen que esta leguminosa tiene más de 10.000 años de antigüedad y que pudo ser uno de los primeros cultivos. También se asocia al trabajo de Gregor Mendel en el campo de la genética. Es en este punto cuando pienso en la cantidad de años que se ha pasado el hombre cultivando este grano fresco progresivamente degradándolo hasta el punto de no retorno en el que nos encontramos.
Los detractores de las vidas rutinarias verán en las consecuencias del maltrato al guisante la personificación de esos fantasmas personales que nada tienen que ver con que la mayoría de los paladares sean poco exigentes. Yo solo espero que la rutina de su consumo no haya sido el causante de la insipidez masiva frente a la excepcionalidad minoritaria de los guisantes lágrima.
Guisantes y caviar de arenque. Eneko Atxa. Marzo, 2016.
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