Si bien es cierto que existe en mi educación un poso religioso imposible de obviar, nunca he sido muy partidario de la teoría del espejo. La expresión máxima de esta teoría se materializa con la formulación de San Pablo en la que el hombre como espejo es creado a imagen y semejanza de Dios. En la Carta a los corintios deja claro que las obras son una refracción de la esencia de la persona creadora. Luego San Agustín hablará de Cristo como el culmen del simbolismo especular de las Sagradas Escrituras.
Considero que conocer a las personas en base a sus obras puede llevar a error. ¿Qué ocurre cuando las creaciones difieren a lo largo del tiempo? Cuando la evolución de una obra es vertiginosa resulta muy difícil poder inferir la esencia del inventor. Aquí el conocimiento por medio de la refracción indirecta se relaciona con la paradoja de Teseo. No sabemos si estamos en presencia del mismo creador cuando sus trabajos no reflejan el espíritu primigenio y tampoco estamos ante el mismo artífice si analizamos una réplica.
Por eso es recomendable conocer la evolución de ciertas trayectorias gastronómicas desde sus comienzos. Siendo siempre cautelosos con el veredicto final. Las evoluciones para mejor que han mantenido la esencia inicial son fantásticas pero debemos rechazar las evoluciones más radicales que niegan de sus prometedores inicios. Este simbolismo catóptrico mal aplicado genera juicios injustos de ciertas evoluciones de grandes cocineros que son incomprensibles. Simplemente habrá que ver sus últimas creaciones como una distorsión en vez de un reflejo de su esencia.
Tortilla de mini-boquerones y jengibre de la «Bacanal Andaluza-XO» de DiverXO. Madrid, enero de 2015.
Un comentario en “Reflexiones sobre las refracciones”