¿Cuántas veces hemos buscado matar un sabor con otro más placentero? Lo que pasa es que hay regustos mucho más difíciles de tapar que otros. Lo percibimos en la intensidad del sabor del salmón o del ajo frente a la elegancia de la ostra o de la pimienta blanca. Las experiencias gastronómicas notables siempre dejan al comensal con ese gusto que no se quiere reemplazar. La secuencia de todo el menú tiene que tener en cuenta los altibajos en los sabores y terminar con el recuerdo buscado. Es una pena cuando a uno se le cruza un experiencia desagradable y encima tiene un regusto duradero. Es como atravesar dos malos momentos: la ingestión y la digestión.
En la vida nos encontramos en la misma tesitura cuando atravesamos distintas experiencias. Experiencias con un final placentero que quieres estirar: un éxito profesional o la superación de un reto. Si tenemos buena memoria podremos regresar a ese sentir en el futuro. Sin embargo, otras te dejan una sensación desagradable que buscas tapar lo antes posible. Esta inquietud mal enfocada puede dar lugar a equívocos. Dicen que el tiempo es el factor cicatrizador y que junto con la paciencia, como guía en el camino, son los que enterrarán esos sinsabores.
En la gastronomía los posos agradables escasean y, por suerte, los regustos difíciles son más fáciles de matar que las experiencias vitales desafortunadas. Entonces, arriesguémonos a buscar lo excelente para nuestros paladares ya que siempre nos quedará ir hacia un sabor más fuerte, pero, cuidado con ser inquietos en la vida porque los sabores más fuertes precipitados no siempre cumplen su fin.
Carabineros con pollo en Tandem. Madrid, septiembre de 2015.
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