Los expertos dicen que el primer paso es reconocer el problema. Hay que hacerles caso. Ellos nos sugieren, y nosotros nos imponemos, el ser autosuficientes. Ese eslogan cojo de vida moderna. Cuantas menos dependencias tengas, más feliz serás, como un anuncio de una bebida isotónica. Parece que buscaban que no bebiera agua. Ante el anuncio, bebo vino y grito: ¡bendita dependencia!
Los que manifestamos nuestras dependencias sin mediar diagnosis somos unos provocadores. Nadie que se conozca un poco puede afirmar su independencia como característica siquiera alcanzable. Pero aún así, nos dicen que está de moda ser independiente. El individualismo occidental nos está condenando a la infelicidad vía opresión social partiendo de un profundo desconocimiento del individuo.
El término amae en la cultura japonesa ha conseguido ver el lado bonito de la dependencia. Un amor pasivo, un dejarse caer en los brazos del otro. Una actitud afirmativa hacia ese espíritu de dependencia que fomenta la colectividad y la solidaridad entre los sujetos. Es necesario ser capaz de necesitar, depender, para poder lograr esa plenitud de vida. Por eso debemos reconocer que la autocomplacencia es fruto del medio y que sería inconcebible con una totalidad de seres autosuficientes.
En esta confusión social reconozco que soy de los que se abandonan de manera desamparada a ese amor pasivo. El amor pasivo del vino y de la comida. Ahora ya lo saben. Por favor, sean indulgentes.
Tofu de Sakyo Higashiyama. En Tokio, Noviembre de 2015.
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