Hablaba de dominar lar rutinas, esas pequeñas pero inconclusas parcelas de confort. Esas esferas que te estallan en la boca cargadas de glutamato. No me da miedo enfrentarme a ellas porque siempre que lo he hecho he salido airoso. Son destrozadas en alguna parte de mi boca cuando me inunda esa sensación de victoria perecedera. Otra recompensa más y a pensar en la siguiente. Siempre con una dirección en mi satisfacción. Los más cansinos repiten la experiencia hasta la saturación y los intrépidos buscan otras vías.
Algún iluminado habló de salir de la zona de confort porque no nos podemos pasar la vida en un estado pasivo-letárgico sin experimentar el potencial que hay ahí fuera. ¿Y si ahí fuera no hay más que otra rutina más aburrida que a la que acostumbras? Ante este hueco en la teoría, nos introducen la capacidad de adaptación como solución a todos nuestros problemas. Cuanto más te adaptas, más grande será tu zona de confort. Entonces estamos ante una enorme zona de convergencia de vientos aliseos donde la seguridad y paces subjetivas varían en función de una cualidad individual pero son inmutables por el entorno.
Así que si te ves incapaz de crecer emocionalmente porque vives subyugado por la misma rutina mil veces autoimpuesta, quizás sea un problema tuyo y no de esa cantidad enorme de zonas de confort dispuestas a acogerte con los brazos abiertos cuando salgas del aislamiento miserable en el que te encuentras.
Eso lo llaman adaptarnos y yo lo veo más como otra forma de escapar. Por eso yo escapo hacia nuevas rutinas sin olvidar lo que me han hecho disfrutar ciertos platos, que he probado mil veces antes.
Espardeñas con parmesano de ABaC. En Barcelona, febrero de 2017.