Los besos y el vino curaron este 2018. Un año que me rompió algo por dentro. Había oído decir que solo se cura lo que se ha roto o lo enfermado. Los pasos prescritos hasta la cura son: encontrar y conocer. El miedo a no encontrar reside en prolongar innecesariamente el malestar y el miedo a no conocer te sume en la desesperanza. Supe del golpe pero me costo encajarlo. Cada fractura conlleva un callo. Dudo que los dolores puedan llegar a ser inmarcesibles pero te cambian. Contra todo pronóstico, nada queda como era antes de romperse.
Sin reposo no hay osificación. Agitar ciertos recuerdos no ayuda a la recuperación. Tampoco ver fotos que no casan con imágenes del presente. Las curas son las que evolucionan. La perspectiva te dice que lo antiguo es lo reconfortante. Algo conocido que te agarra al suelo. No tiene que ver con el tiempo sino con las sensaciones. Reconocer algo y sentirlo como propio: un beso o el sabor de un vino especial. Luego queda el recuerdo. Esos sí que se pueden agitar y volverás a ser el de antes.
Beber vinos menos especiales y curar lo sano, que es un trastorno moderno, también me mantuvieron ocupado.
Adiós, 2018. Hola, 2019.
Copas vacías. En Mugaritz, noviembre de 2018.