Debió volverse contra mí en algún punto del intestino delgado. Quizás lo que ya estaba en el íleon decidió continuar pero para el resto era tarde. El veneno estaba dentro. Por delante solo tenía horas de convulsiones y frío. Como si se tratase de una catarsis física, me encaminaba hacia un nuevo despertar, vacío y débil. Solo me apetecía encorvarme hacía esa posición donde empezó todo. Amanecería purificado y dispuesto a no pensar mucho en ningún tipo de comida.
Antes de llegar a ese punto debía resolver lo que me había llevado hasta esa cama. El trauma físico de cambiar de idea, una ostra viva. Era la dolorosa sensación de tener que reconocer que estaba equivocado o la ingesta de un molusco lamelibranquio. Antes ella parecía apetecible pero se debía de haber quedado en el mar. La engullí y cuando pensaba que se había asentado, va y se vuelve en mi contra. Me retorcía de dolor por algo que tenía muy buen aspecto fuera de mí. Ahora la idea es venenosa en mi forma de entender las cosas y tengo que expulsarla de mi cabeza. Desprenderme de ella desordena mi estómago. Me obliga a recolocar conceptos relacionados que se destiñen en el proceso. Otros, los de íleon, se aferran a su posición. Mientras todo ocurre solo quiero taparme porque tengo mucho frío. Al despertar la idea se ha ido por el retrete y tengo agujetas en la barriga.
Las experiencias traumáticas purifican solo si con ellas se alcanza un nuevo estadio. Entonces otra nueva idea se asentará en el lugar de la expulsada y comenzarán las dudas. La próxima ostra la miraré con recelo pero pensaré en todas aquellas que me han hecho bien, como la de la foto.
Ostra en La Cabra. En Madrid, febrero de 2016.
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