Leía el otro día acerca del trato preferencial que reciben ciertos críticos de gastronomía. Este mejor servicio hace que sea difícil comparar sus experiencias con las de los clientes habituales. Los restaurantes se escudan en que su trato es excelente con cualquier cliente mientras que ellos alegan frente a todo la persistencia de su espíritu crítico. Esto es complicado de justificar cuando se observan platos creados ad hoc o vinos de difícil alcance. Realmente su valoración siempre tendría que ser diferente a la tuya.
Como es socialmente valorado todo gesto condiciona su existencia. Aquí siempre se percibe el tratamiento preferencial como un hecho para pavonearse aunque este puede significar muchas otras cosas. Un significado puede ser puramente utilitarista: ganar una valoración superior a la realmente merecida. Otro significado, menos extendido y más altruista, atiende a un simple gesto amistoso. También existe la posibilidad de un mejor servicio si existe un miedo real de una posible pérdida del cliente por hartazgo, como un lazo desesperado lanzado al toro por el vaquero.
Sin embargo esos críticos patrios se les calibra mejor en sus visitas a restaurantes en el extranjero. Allá donde no son conocidos y sus consumiciones están más alineadas con el ticket medio. Entonces, como si nada, resulta que son mucho más exigentes.
Quizá por este tira y afloja gran parte del público se fía de sistemas más populares, y erráticos, de valoración de experiencias. Pero, nos guste o no, para que existan servicios preferentes son necesarios los corrientes.
Pato laqueado de Man Wah. Hong Kong, octubre de 2015.