A veces te encuentras por delante toda una serie de propósitos. Sólido, te encaminas hacia metas hechas en base a tu concepción estructurada de la realidad. Están condicionadas por tu información parcial. Solamente ahora, sabes que era parcial. Te molesta reconocerlo y es tarde. Piensas en los «no hubiese» pero te consideras una persona de acción. Además con los curas aprendiste a no ser un pusilánime. Con todo, no lo puedes evitar. Crees que el tiempo es relativo aunque no hay forma de demostrarlo. Un amigo te dice que para qué volver. Le acabarás dando la razón. Se supone que en toda evolución, los sucesos purgantes son inevitables. En teoría, así se mejora. Quizás no te interese la teoría. Una pena que nunca te consiguieran convencer de la expiación, ni del arrepentimiento. Ves un trasfondo religioso que enturbia los juicios ajenos. Antes de la acción siempre había mediado la reflexión y continuas sin creer. Reflexiones, no siempre cerebrales. ¿Y qué? Sabes que son las mejores pero a veces arriesgadas. Lo malo es que eres un nostálgico. No temes a los cambios pero añoras momentos anteriores irrepetibles. Realmente todo está en tu esencia. Tampoco quieres involucionar pero añoras versiones pasadas. Gracias a dios, solo piensas en los buenos ratos, memorias satinadas en tu álbum mental. Las recuerdas a la vez que vienen los albores de otras. Estas confundido y te desorientas. La desorientación está causada por los inesperados nuevos puntos de referencia. De repente, te invade la duda y el vértigo de la precariedad se manifiesta como una posible opción para cada nueva experiencia. Decides regular tu nueva etapa con ciertas licencias antes imperceptibles. Simplemente tienes otros referentes. No has llegado a esa situación tú solo. Es cuestión de encontrarse y para ello necesitas tiempo. Sí, ese que era relativo. Las metas atendibles se han convertido en alternativas equiprobables sin una prelación clara. Eres un arquero frente a muchas dianas. Esa aleatoriedad te provoca desasosiego pero estás aprendiendo a llevarlo. Ahora todavía es pronto. Te impondrás metas admisibles pero antes descartarás ciertas alternativas no consumadas. Por suerte, ese caos que te invade será una anécdota en un futuro reglado. Ansías un futuro menos estructurado porque tienes que echar la culpa a algo. Ese algo que te ha llevado a esta situación probablemente haya sido tu afán competitivo. Una competición estructurada por ti. Muchas veces habías visto esa estructura de andamios que afeaba la fachada. Ahora no hay otra estructura que el propio edificio y, dentro de él, tú en el vestíbulo donde suena Van Morrison, descartando las piezas del puzzle que pensabas terminar a tiempo. Otro juego, otra competición ínsita en ti. El juego cuenta con nuevas piezas de otros escenarios demasiado pequeños. Tal vez, fijarse en las certezas sea la única vía para terminarlo. Has creado el rompecabezas y ahora decides que en la cocina es donde quieres estar. De la certidumbre de los fogones sale lo que te hace feliz. Esas verdades seguirán ahí mientras seas capaz de recordarlas sin interferencias, sentimientos puros que te provocaron esos platos del 2016. Un año de comidas, por encima de sinsabores, y de vinos que hicieron aflorar ideas aplacadas. Lo que ha emergido de todo este desorden, todavía, no puedes explicarlo. Por el momento solo esperas un nuevo año. Menos mal, no bisiesto.
Bogavante asado de Eneko Atxa. En Larrabetzu, marzo de 2016.
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